El
principio divino de nuestros antepasados mesoamericanos hablaba de
manera reiterativa de que el cielo, el sol, la luna, las estrellas y los
planetas eran el equivalente a nuestros sentidos perceptuales, decían:
“Cuando reconozcamos a plenitud la naturaleza de las vestiduras del
hombre, como lo que conforma su cuerpo, los sentidos, la mente y el
intelecto, se podrá comprender lo sagrado”. En
eso trabajaban todos los días de sus vidas, mientras llevaban a cabo
sus labores cotidianas, porque pensaban que el cuerpo era sólo un
reflejo de la naturaleza misma: “Todos los aspectos sensibles del cosmos
también se encuentran en el cuerpo humano”. Es
decir, que todo el cosmos integrado por fuerzas animadas e inanimadas
constituye una totalidad, nada existe, ni puede existir fuera de esa
totalidad energética. Todo es
todo, porque todas las cosas se encuentran comprendidas en el todo, así
como toda parte, partícula, unidad o combinación está también dentro del
universo: “El todo está contenido en el ave pero esa ave, está muy
lejos de ser el todo; pero el
ave existe como cosa pequeña, creada en la energía total, es inmanente
en ella, así como las partículas que la componen”.
La
mente europea de los conquistadores ocultaba la totalidad energética,
eran un imperio decadente, venido a menos con desviaciones,
alucinaciones e ilusiones mentales experimentando deseos a cada momento
instalados en los falsos conceptos “yo”
y “lo mío”, albergando sentimientos de gran maldad para con sus
semejantes protegidos por la tecnología de sus ejércitos compuestos por
gente ignorante y mercenaria al igual que los misioneros evangelistas,
fracasados en su relación con lo divino. Se
trataba de seres reprobados, representantes de lo absurdo demoniaco
inclinados por la diversidad y olvidándose de la unidad: “Yo hago esto,
yo disfruto esto, yo he conquistado esto, yo he evangelizado”… Se
trataba de seres eternamente insatisfechos profundamente absortos en el
engaño, en la ilusión misma que ya los había conducido al fracaso
instalándose en guerras interminables en sus propias tierras. Eran
seres repletos de odio, rencor y temor sobre todo al ir al encuentro
con sus hermanos mesoamericanos ante quienes temblaban de miedo, por no
comprenderlos: “Lo divino no tiene personificación, lo divino es la
existencia misma, nada está separado”… En eso radicaban las diferencias de continente a continente. ¿Quiénes estaban más cercanos a la divinidad? ¿Quiénes vivían más engañados? Los
misioneros españoles sostenían: “Existe un poder divino secreto y
sagrado claramente separado de la gente, y debemos de obtenerlo, debemos
ser merecedores de él”… Los indígenas mesoamericanos sostenían: “No hay
nada en el universo fuera de nosotros, la diversidad, acaba con la
unidad, como un lago claro que refleja sólo imágenes y hace correr tras
las imágenes reflejadas, quien está en el engaño no puede alcanzar lo
divino; no existe nada más que la energía divina en el universo”. Y
remataban diciendo: “La energía divina es informe, pero aparece con
formas diferentes, como el aire que asume la forma del recipiente que se
use y está en todas partes, no se piensa, sólo se siente”. Nuestros
ancestros estaban firmemente convencidos que dedicando todas sus
actividades a lo divino, poco les podría importar la conquista o el
fracaso, vivían con inquebrantable fe en la energía divina y aceptaban
su destino a sabiendas de que nada acontece fuera de esa máxima energía. Eran
conocedores de que al mal nunca se le extingue, solo se le aminora o
controla y que tarde o temprano llega a su decadencia sofocado por sus
propias contradicciones.
Antes
de continuar con el texto, quiero dejar bien claro que me siento muy
orgulloso de que por mis venas circule sangre ibérica, así como también
ser producto de la herencia de Gonzalo Guerrero y de Jerónimo De Aguilar
quienes sobrevivieron a un naufragio en las costas de Yucatán y que
fueron nuestros primeros padres y también de Hernán Cortés, muy
inteligente y valiente guerrero. Soy todos ellos, pues mis orígenes se derivan de esas mentes. Existí
dentro de cada uno de esos personajes, dándome su vitalidad, su
espíritu y su acción; sin embargo, nunca dejaré de ser crítico de lo
inaceptable, de lo vil y poco humano que los misioneros y conquistadores
mercenarios también fueron. Esto lo repruebo y no lo acepto ahora ni nunca. Sus
ambiciones los perdieron rompiendo con la unidad de la energía divina
de manera por demás grotesca e inmisericorde lo cual impidió el
desarrollo espiritual de la fusión de las razas. El
espíritu de mis creadores me es inherente, pero desde luego también
acepto que no soy ellos ni tampoco Cuauhtémoc o la Malinche o Moctezuma o
Cuitláhuac. Acepto como
mestizo lo mejor de ambas posturas, todo lo que represente los poderes
mentales y espirituales de mis creadores, porque ambas proposiciones son
ciertas para mí, consideradas desde los puntos de vista apropiados y
justos y en eso radica para mi el desarrollo espiritual:
“Reconocimiento, orgullo, realización y la manifestación de todas
aquellas fuerzas espirituales-ancestrales”…
Respecto
a las culturas precolombinas de Mesoamérica se pueden hacer y de hecho
se hacen, una serie de especulaciones y conjeturas, donde todo es
posible. Los dos polos de la verdad: lo absoluto y lo relativo. De
lo que sí hay que tener mucho cuidado es de las verdades a medias o
semi-verdades porque confunden y desorientan al hacer creer que
cualquier suposición podría ser valedera o cierta, al fin que es sólo
cuestión de grados… Documentos
fiables son casi inexistentes, fueron quemados, incinerados por los
misioneros evangelizadores en la conquista espiritual de aquellos
pueblos indígenas. Los
testimonios de los códices desaparecieron, incluso se sabe que el
sacerdote Diego De Landa quemó tantos documentos que éstos ardieron
durante semanas. Otros vestigios más fueron modificados y alterados. Con
ellos se perdió parte de la identidad y de eso se trataba precisamente
la dañina conquista espiritual, de que los nativos perdieran el nexo con
su pasado y mediante el sojuzgamiento, maltrato y genocidio,
abandonaran lo suyo e hicieran propio lo extraño y quemar todo fue la
solución más simple y absurda. Sin
embargo, las monumentales construcciones de esas súper-razas, aún
continúan y están ahí para certificar y dejar clara su grandeza, pese a
que se haya hecho historia sólo en base a complicadas y enmarañadas
especulaciones que no concuerdan con la realidad visible y palpable de
tremendas obras no sólo de una incalculable belleza, sino además de una
inigualable e irrepetible arquitectura y un esplendoroso diseño
matemático y astronómico.
La
gran ciudadela de Teotihuacán fue construida de acuerdo a un cuidadoso
plan preconcebido por grandes maestros de aquellas épocas ¿Cuál sería la
forma en que hicieron las medidas de semejantes conjuntos ceremoniales y
habitacionales? Por ejemplo, en el caso de la Pirámide de Keops la
medida utilizada fue la de pequeños cubos y pulgadas. Y
en Teotihuacán comparando las proporciones de las medidas menores y
mayores, se obtuvo la clave de la unidad de medida equivalente a 1,059
metros a la cual se le llamó: “Hunab”. Las
distancias entre los muros con respecto a la línea central de la
Pirámide del Sol, contienen proporciones similares a las localizadas en
la Pirámide de la Luna, en el Templo de Quetzalcóatl y la Calzada de los
Muertos: Longitudes de 108, 144, 135 y 324 unidades. Un
cuidadoso análisis matemático puso al descubierto una serie de cifras
enigmáticas que fueron cobrando sentido cuando se compararon con datos y
antecedentes astronómicos: ¡Se trataba de un modelo a escala del
Sistema Solar!
Los
teotihuacanos se adelantaron a su tiempo y a muchos tiempos, estaban al
tanto de un sistema de medición de la astronomía actual, pero ellos
hace cientos de años. Parece
increíble, pero partiendo del centro de la Pirámide de Quetzalcóatl y
designando a la órbita de la Tierra un valor de 96 Hunabs, dentro de la
ciudadela aparecen programados los valores de las órbitas de los
planetas interiores con exactitudes que impiden cualquier posibilidad
azarosa o de simple coincidencia.
Los
planetas más cercanos a la Tierra, como lo son Mercurio, Venus y Marte,
sus valores orbitales comprenden 36, 72 y 144 Hunabs. Y partiendo de la Calzada de los Muertos los valores orbitales corresponden a los demás planetas del sistema. Todo el conjunto es una representación a escala del mismísimo Sistema Solar. Es
una verdadera hazaña no sólo haber calculado las distancias del Sol y
de los planetas más cercanos, sino inclusive la distancia del Sol al
cinturón de asteroides entre Marte y Júpiter. Eso
requeriría la observación del firmamento con telescopios muy potentes,
apenas existentes hoy e inexistentes en aquellos tiempos…
Pero
aún hay más: Desde lo que ahora resulta una pequeña pirámide casi
desmoronada, a las 520 unidades Hunabs corresponde al valor orbital de
Júpiter, con una exactitud de más de 97%. Y un poco más adelante, existe una marcación a 945 Hunabs, que señala una órbita respecto a Saturno. Conocían también la existencia de
Urano, Neptuno y Plutón, los cuales fueron descubiertos por la cultura
europea en los años de 1781, 1846 y 1930, respectivamente. Y hay más: Desde
el Templo de las Flores, edificio oculto y abandonado, ubicado a las
afueras del gran conjunto de Teotihuacán, a 7200 Hunabs de la Pirámide
de la Luna, se piensa por los cálculos realizados, se trata de una
presentación a escala de la órbita de un planeta desconocido, más allá
de Plutón. La ciencia actual ya
ha postulado su existencia en teoría y en base a observaciones
tecnológicas muy cuidadosas y precisas. Todas las investigaciones que
hablan de estos grandiosos hallazgos se deben al Ingeniero
norteamericano Hugh Harleston Jr., dotado de una sólida formación
científica, quién se apoyó en los mapas fotogramétricos de Rene Millon,
antropólogo también de origen norteamericano, siguiendo la metodología
usada un siglo antes por Taylor
y Charles Piazzi Smith en la gran pirámide de Keops que dio por
resultado la escala de la Constelación de Orión. Los datos egipcios
fueron constatados por Peter Tompkins autor del libro titulado: “
Secrets of de great Pyramids” y por Francis Hitching, famoso historiador
autor de otro gran libro titulado: “Atlas mundial de los misterios”.
En
Chichen Itzá que se encuentra a 27 metros sobre el nivel del mar, en
territorio Maya, al noroeste de la Península de Yucatán, se encuentran
unas admirables ruinas arqueológicas dentro de un terreno de 3 Km y a lo
ancho de 1.5 Km donde precisamente se ubica la gran Pirámide de
Kukulkán considerada como una verdadera y auténtica máquina solar que da
testimonio irrebatible del avance de la civilización Maya-Tolteca.
El
Castillo como también se le conoce a esa hermosa e imponente pirámide,
uno de los edificios más interesantes de toda Mesoamérica, donde sucede
un fenómeno espectacular que da paso a la etapa de la primavera cuando
el Sol desciende por su estructura escalonar marcando el paso del
equinoccio de la renovación. En
la portentosa máquina solar Maya se puede apreciar como se forma el
primer triángulo de la estele de luz solar en la parte superior,
preámbulo de los seis más que van surgiendo al ascender el astro rey
hasta llegar a la base de la escalinata rematada por dos cabezas de
serpientes guardianas.
La
proeza y grandeza de ese fenómeno, atrae a científicos de diversas
disciplinas así como a millones de turistas provenientes de todas partes
del mundo. Se trata de
presenciar un verdadero milagro que se lleva a cabo por la pericia
arquitectónica de los enormes constructores Mayas-Toltecas y su gran
técnica para medir el tiempo, así como por un profundo conocimiento del
ritmo de la Tierra e inclusive de otros mundos y del mismo astro rey, el
Sol.
De
acuerdo a las creencias ancestrales de esas tribus, se trata del Dios
Kukulkán que desciende del cielo a través de los rayos solares tomando
la forma de la serpiente que ilumina en el equinoccio primaveral a la
Tierra para fecundarla y permitir así, la siembra exitosa del maíz.
El
Castillo de Chichen Itzá está construido de tal manera que por lo
cuatro costados posee siete salientes que al ser tocados por los rayos
del Sol y mediante un armónico juego de luz y sombras forman siete
triángulos isósceles. Uno en cada uno de los basamentos de la construcción. El
último de esos triángulos va a dar a la cabeza de una de las serpientes
guardianas en la base de la escalinata que conduce a la cumbre de ese
edificio solar. Es decir, tiempo y religión adquieren una dimensión espectacular de esa gran pirámide mediante la luz solar el día 20 de marzo. Una
de las cabezas de las serpientes deja de ser un adorno y cobra vida
mediante la luz del Sol, en eso consiste la ilusión de tan espectacular
acto natural-artificial: “La sombra que provoca la Pirámide al ascender
el Sol, va cubriendo el cuerpo de la serpiente hasta alcanzar la cabeza
que se encuentra en la base, el último triángulo en formarse es el
primero en desaparecer; uno y otro triángulo se desvanecen lentamente
conforme el Sol asciende en el firmamento y así, hasta que el último
triángulo se va con el cuerpo serpentino en el instante en el que el Sol
se oculta en el horizonte. Todo
este fenómeno transcurre en un periodo de 3 horas, mismas en la que los
Mayas realizaban una serie de rituales y de danzas, armonizando con
ello sus energías y equilibrando lo terrenal con lo divino.
Estos
ancestrales Mayas-Toltecas conocían el tránsito del Sol por el Cenit,
los solsticios y equinoccios, fases lunares, otros sistemas planetarios y
zodiacales, la ruta de los astros en las constelaciones, eclipses y
muchas conjunciones planetarias pudiendo prever el acontecer de su
propia vida en el porvenir lejano, anticipar por años e incluso por
siglos, los encuentros y alejamientos de muchos de los astros en un día
preciso y en un lugar exacto del cosmos. Tenían una visión muy amplia del universo. Según
Teeple John escribía que los Mayas igualaban a cualquier pueblo de la
Tierra en su época y que sus conocimientos eran propios con un adelanto
al pueblo europeo de más de 1,000 años.
Las
explicaciones de tan impresionante fenómeno han despertado opiniones
diversas y opuestas que van desde lo mágico y conjetural, hasta lo
oculto y parapsicológico, mientras que para los nativos del lugar se
trata sólo de un hecho totalmente comprensible dentro de sus creencias
en donde la serpiente emplumada –Kukulkán o Quetzalcóatl- fecunda la
Tierra en tiempos de siembra. Esto
se apunta en un libro extraordinario titulado “La Pirámide de Kukulkán,
su simbolismo solar” del estudioso de la arqueología Maya Luis E.
Arochi quien al abordar el fenómeno del equinoccio de primavera, hace
mención que tal descubrimiento se debe a unas fotografías del señor
Feliciano Salazar quién al estar cuidando las ruinas se percató del
movimiento del Sol sobre la pirámide, y fue eso lo que permitió conocer
semejante prodigio natural y artificial que tiene instalado a este
hermoso edificio como una de las grandes maravillas del mundo. Arochi fue sólo el difusor de ese fenómeno.
Luz
y sombra en su justa proporción, misterio que encierra una de las
herencias culturales más impresionantes y enigmáticas de los pueblos
mesoamericanos en sus fabulosas construcciones piramidales que son un
vestigio de su inmensa grandeza espiritual e intelectual.
Podría continuar escribiendo líneas y líneas sobre las pirámides precolombinas, sería un texto interminable: Xochicalco, Palenque, Bonampak, Malinalco, Tepoztlán…
Falta
mucho por investigar: ¿Fueron los constructores de aquellas pirámides
egipcias, peruanas, guatemaltecas, hondureñas, mexicanas, constructores
asistidos por seres de otras dimensiones? ¿Kukulkán y Quetzalcóatl
fueron los mismos personajes o seres diferentes venidos del cosmos?
Enigmas apasionantes que se reaniman con historias y leyendas
tradicionales, como la de la Montaña de la Serpiente que narra cómo la
Coatlicué al estar barriendo sus aposentos cayó sobre ella un plumaje,
como una gran bola de plumas finas, mismas que recogió y las colocó en
uno de sus senos. Cuando terminó de barrer buscó la pluma que había colocado en su interior, pero ya no estaba. En
esos momentos Coatlicué quedó embarazada… ¡Embarazada por una pluma
mágica!... La cual dio nacimiento a Huitzilopochtli, el Dios Sol.
La
montaña representa la pirámide donde se verificó la lucha cósmica entre
los dioses Huitzilopochtli (El Sol) y la Coyolxuaqui (La Luna) donde se
encontraba una piedra de sacrificios, donde las víctimas solían ser
inmoladas y decapitadas en honor a la diosa Coatlicué madre de ambos… Sólo
habrá que señalar una vez más, como toda la mitología mesoamericana,
señala que todo es divino, que lo de arriba se conjunta con lo de abajo,
que somos todo y todos, hijos del Sol, de la Luna, y de la madre
naturaleza y que en eso estriba la grandeza de nuestras razas
mesoamericanas fundamentadas siempre en el crecimiento y desarrollo
interior, en donde cielo y tierra parecen darse la mano en un enclave
mágico en el que nada es casual… Ése es el secreto de los verdaderos
Dioses que les inspiraron en todo y les permitieron vivir en armonía y
equilibrio hasta antes de la conquista.
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